Enemiga mía
Desde que nos vimos por primera vez nos juramos odio eterno. Ya no recuerdo cuánto tiempo hace desde aquél día, ni tampoco recuerdo cómo fue. Pero fue el inicio. Siempre sabías dónde buscarme, siempre acechándome. Sin embargo yo advertía tu presencia maligna aún sin verte y entonces me escondía vigilándote desde algún sitio seguro y allí estabas, lista para atraparme, para aplastarme con el peso hediondo de tu sed de muerte. Ya sé no me lo digas, me odias y yo también te odio, te resulto repulsiva, macabra, perversa. Por eso, ese día cuando nos miramos a los ojos, juramos que una de las dos debía morir, inevitablemente. Debíamos esperar, sólo eso, esperar que se diera la oportunidad. Hacía meses que venía planeando este viaje. La ciudad de Sydney era desconocida para mí puesto que nunca había salido de los límites de Buenos Aires. Ni siquiera había podido observar la fauna tan característica de Australia, un canguro o un koala, ni aún en el zoológico. Pero la beca de estudio en