Tango y Patria


TANGO Y PATRIA

Y yo me hice en tangos,
me fui modelando en barro, en miseria, 
en las amarguras que da la pobreza,
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
y yo me hice en tangos porque...
porque el tango es macho,
porque el tango es fuerte, 
tiene olor a vida,
tiene gusto a muerte.

Celedonio Esteban Flores  
(Versión de Julio Sosa)




Escucháme César, yo no sé por dónde andarás ahora pero cómo me gustaría que leyeras esto, porque hay cosas, palabras, que uno lleva mordidas adentro y las lleva toda la vida, hasta que una noche, uno siente que debe escribirlas, decírselas a alguien...
Yo sabía cuánto la deseabas, y también supe cómo de a poco, fue muriendo en ella lo que sentía por vos. Fue a causa del tercero que se metió para joderlo todo, lo supe... lo supe desde el comienzo.
Hoy quiero contártelo. Esa chirusa vestida de negro me espera en la yeca, está ansiosa por llevarme no sé a qué tugurio impregnado de olor a pucho y ginebra. Y tengo poco tiempo, chabón.

En este miserable cafetín de tango, el que da sobre la calle Piedras, en la misma mesa en la que estoy sentado. Aquí comenzó todo. Él la invitó a bailar cabeceándole, ella aceptó, linda papusa vestida de negro y con soguín rojo resaltándole el cogote. Bailaron un cuatro por cuatro.

-¿Por qué le pusieron el Choclo?- le dijo ella.
-Porque se parece a una mazorca tierna como vos, pebeta, la más tierna de la olla -le dijo, apretándole las caderas.

A él le gustaban las putas, pero no cualquier puta, mirá qué retorcido era que buscaba minas bien, pibas de barrio, cuanto más fresquitas mejor. Y las hundía hasta la más honda lujuria buscando satisfacer cada preferencia. Si ellas querían ser reinas, él las hacía reinas, pero a cambio exigía boleto de pertenencia.
Así fue como ese día se le cruzó la Estercita en este cafetín de tango, qué pipiola la Estercita. Ya era reina por sí, por naturaleza, pero el hombre se la chamuyó lindo, la trabajó de tal modo que ella pensó que sólo sería reina a su lado, sin él, sólo un pedazo de bosta.

A las dos semanas ya estaban revolcándose en una amoblada polvorosa y ruin con sábanas usadas y estufa a querosén. Ella le creyó todo. Pronto le prometió que iba a ser “su” puta, la mejor que haya tenido nunca. Él le ponía pruebas, la obligó a  teñirse las crenchas de rubio y a pintarse la jeta de rojo.
Todo placer, hermano, todo placer. Mientras los negros afuera se reventaban las tripas de hambre y desesperación. Él alcanzó a escucharlos en medio de un orgasmo. Después la miró y descubrió que ella podía ser algo más que una puta.

Entonces sacó de abajo de la cama su gorra de milico, le levantó el pelo y se la puso.
-Mi Capitana de puta madre- le dijo. Ella sonreía.

Le gustaba que él le pintara la uñas de rojo, le gustaba usar alhajas. Pero también le gustaba hablarles a los negritos desde el balcón. Fue poco el tiempo en que pudo pasearla en coches lujosos y en palcos decorados para enardecimiento de los cabecitas. Porque la masa hambruna se desbordaba, la querían para ellos, sí, “Mi Capitana” la llamaban.  ¡Ah! ¡Qué gran error!...Eso no, carajo, eso no. 

El chabón se disgustó un día. Ella era y debía ser para él por siempre, al igual que los cabecitas. Imaginó fugazmente un futuro en donde la masa adoraría a La Capitana y se olvidaría del General. Entonces la encerró en una habitación, pero de lujo che. La peinó con el pelo amarillo tirante para atrás con un rodete y le puso un trajecito sastre achicándole las carnes de la cintura. Ella sonreía, ella no sabía.
Fue así que terminó su obra de arte para él solo. Le cosió los labios con hilo grueso pasándolo entre las encías y la lengua hasta dejarla muda.  La sentó en un sillón de terciopelo y encendió una lámpara de aceite a su lado. Ella ya no se movió nunca más.

¿Que si así termina la historia César?. No, hermano, falta, pero me tengo que apurar porque esta mina que me espera vestida de negro me dijo que me tiene un lugar en la Chacarita. Y después de pedirme que le haga el amor, la muy puta me va a terminar llevando nomás.

Me queda sólo un minuto. Te tengo que pedir un favor, escucháme. 
Después de que la Estercita se me quedó muda para siempre, no pude rajarme del asedio de los cabecitas, la querían, la quieren, no se la olvidan carajo. Y yo ya no la puedo esconder más.

Ya viene, ya entra y ya me lleva... Por favor, César, te la dejo a la Estercita sentada en el sillón, dale una manito de barniz porque ya está muy descangallada la pobre, aunque mantiene eternos sus treinta y tres pirulos y su sonrisa de Capitana. También te dejo mi gorra de milico. Dale todo a los cabecitas, ponéles a la Estercita de lejos, como si estuviera viva, ponéle en la cabeza mi gorra de milico.
Tal vez así dejen de gritar por su presencia. Tal vez así... yo pueda descansar en paz.

 Maria Luz Brambilla



Imagen: El choclo de Enrique Santos Discepolo formato cine con Tita Merello.

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