El extraño caso del payaso de nariz colorada
Al principio no lo odié. Comprendí que, a causa de la pandemia, estaban surgiendo miles de maneras de ganarse la vida. Pero ésta, sí que era inverosímil y sacrílega. Por esa época, yo volvía todos los días de Capital en el tren de las 21.45 hs., subía las escaleras e ingresaba, junto a la masa de trabajadores esenciales, al puente sobre las vías de la estación de Lomas de Zamora para cruzar y bajar hacia la calle Laprida. El puente estaba cada vez más ocupado por vendedores de productos varios, aunque a esa hora sólo quedaban el vendedor de barbijos, la vendedora de sahumerios y él, el payaso que tocaba una flauta melódica con teclas que, por un completo irrespeto a Mozart “ pace all´ anima sua ” completaba dos octavas y le sobraban tres teclas. Tenía puesto un traje de raso, mitad azul y mitad blanco, un gran moño rojo en el cuello, zapatillas Puma grises, o tal vez blancas y sucias, y una nariz colorada de plástico sujetada a su rostro por una banda elástica, lo que hacía que se